sábado, 18 de agosto de 2007

El memo.

Hola. Mi nombre es Andrea y es tan común como el de un pan con mantequilla hecho a la hora del desayuno que se quedó a medio comer porque quién me devoraba llegaba tarde a su trabajo. Tengo la cara más común, no soy alguien que llame la atención, pero tampoco soy molestada por la fealdad de lo común y de lo corriente. Mi nariz cuelga sin gracia entre medio de ambos ojos saltones y chillones como los de una rana. No tengo apodo alguno porque tengo el encanto de una pirámide de arena, que el tiempo se encarga de mermar. Tengo una vida sencilla siendo una cajera de un banco, por ello mi figura tampoco es la de una vaca preñada, pero aún así me siento insignificante, pequeña y vacía por dentro. Vivo sola, mis padres murieron hace ya muchos años, y no tuve más remedio que el de pagar por vivir. Todo en mi vida es perfectamente normal e incluso hay días en que rezo porque de algún sistema lejano, me llegue una bala perdida para terminar con mi intrascendente existencia. No tengo amigos porque trabajo de sol a sol en dicho banco que se alimenta de los huesos de quienes trabajamos para ellos, pero mi renta está hintachablemente pagada al día. No soy ni rubia ni morena, soy algo así como una dicotomía hecha carne, sin gracia entre los brazos y sin elegancia detrás de mi espalda. O eso creo yo. Vivo mi vida con la naturalidad de quien se sabe una cucaracha en el cuerpo de un humano. De vez en cuando me gusta escribir en un computador que está que se jubila, por lo viejo que está, y porque ya no le caben más virus dentro. Sí, a veces veo a hombres desnudos por la net, cosa harto normal para remediar al menos momentáneamente mi cautiverio laboral, porque al llegar a mi pieza, de noche, con hambre y cansada, no tengo ganas de conocer a nadie. Al menos ya me he acostumbrado a ésta rutina; una se termina acostumbrando a la soledad y a lo que de ella surge, como el uso indiscriminado de pornografía. Como decía, al ser una persona insignificante, puedo observar muchas cosas y pasar por alto en situaciones frente a las cuales la gente común no podría pasar como una pequeña garrapata invisible. A veces creo que en la noche algo me viene a visitar a mi cama. A veces siento que alguien acaricia mis piernas debajo de las sabanas cuando estoy a punto de quedarme dormida, otras veces, en sueños, siento la presencia de alguien que me acompaña; no sé si será "alguien" o "algo", pero creo que es más "malo" que "bueno", ya que ésta última semana creo que he sentido fehacientemente que unos dedos largos me rozan las piernas y suben sin pudor hasta casi tocarme la vagina. En fin. Obviamente esto no lo comento con nadie, porque sería encerrada junto a verdaderos locos, aunque he escuchado por ahí que los locos son los primeros en decir que son las personas más sanas del mundo. Y yo soy así, es decir, tengo la normalidad de una hoja de roneo, pero no me siento mal por ello, incluso he podido sacar provecho de ello. A veces me gusta imaginar a la gente como los veo en mis sueños: en blanco y negro. Todo transcurría con la misma apática normalidad de siempre en mi vacua vida cuando uno de esos monótonos días en la oficina, la gata Araneda me da más trabajo del que se merece un obrero de papel. Dijo que si no lo llenaba encontraría a alguien que lo hiciera más eficientemente que yo, y para finalizar, concluyó que incluso había gente mucho más capacitada y carismática que "ésta pobre muerta de hambre que tiene cara de perro con distemper", o sea yo. Ya no discuto, pero pretendo disfrutar de lo poco que me da la vida, o eso pensaba hacer cuando veo tropezar a la gata con un pliegue de la alfombra de la oficia en la cual almorzamos antes de que todo el mundo pague sus cuentas antes del último día en que vencen sus préstamos. Cayó mal, casi se dislocó la cadera -aunque es sólo una exageración, no sé si se podrá dislocar una cadera- y gritó como yegua pariendo a un becerro mutante de dos cabezas. Pablo y Guzmán, -dos obreros más- la fueron a parar, pero ella, jefa y déspota como siempre, casi los degolló por, según ella, "ser tan bruscos para pararla". Yo seguí haciendo el papeleo con la normalidad típica de quien se resigna a su futuro, cuando de pronto, a lo lejos, veo llegar un contingente de uniformados de oscuro -en realidad era azul oscuro, pero me gusta sólo el blanco y el negro, creo que incluso ya lo dije-, muestran sus identificaciones como si fueran un multipase
y se dirigen directamente hacia el cubículo donde se encuentra nuestra manda más. Malversación de fondos. Ese era el cargo del que la acusaban, mientras hacían contacto ocular directo con la perra (gata) en cuestión, tratando de adivinar si se iría a la cárcel por la buenas o por las malas. La mal llamada señorita tuvo la decencia de irse caminando con sus dos captores resguardándola por la espalda, sin siquiera tocarle su huesudo trasero, porque ella aseveró tener "la clase", la "elegencia" para poder sortear este tipo de impass con la frente en alto, "total, el que nada hace, nada teme", mientras todos los esclavos del sector uno salían de sus cubículos para observar dicho círco, yo estaba sentada en asientos de primera fila, viendo como aquella serpiente bella por fuera, pero podrida y mal oliente por dentro, era llevada hacia el auto para responderle a la mujer ciega con espada. No pude evitar sentirme bien conmigo misma, y tampoco pude evitarme sentir bien por la mala suerte de mi superiora. Eso me tuvo una sonrisa dibujada durante toda la noche mientras hacía la masa de un pequeño küchen de frambuesa para guardarla durante la semana e irmelo comiendo cuando llegara en la noche. Milagrosamente tengo un celular, esos de primera generación, esos ladrillos del ayer, que ahora son buscados mafiosamente por las compañías telefónicas para "reacondicionarlos" y ofrecer por una conveniente suma de dinero sus renovados servicios. Una hora antes de irme al trabajo, me llamaron a mi Nokia C-4XXX1 (el resto de los números ya se borró) y me pidieron que revisara aquellos papeles que la perra con piel de gata me había dejado. Eran miles y ya me suponían al menos dos días de acuciosa lectura, burocracia -que firmen éste papel, que manden a la sección B éste otro, que la cláusula ésta enredada, y mucha más lata- y aburrimiento. Faltándome mucho más de la mitad para terminar aquella pila de mierda hecha roneo, me tomó un sorbo de café y yo, con la agilidad de un hipopótamo, paso a botar la ruma de papeles que estaba en mi escritorio. Maldigo mi infeliz vida y comienzo la acérrima tarea de irlos levantando en el orden correspondiente, para no perder el orden, cuando entre aquellos papeles tamaño oficio, cae un pequeño papel tipo memo. Estaba sucio y mal escrito, o al menos borroso. Era de correos de Chile y en él, había el número de la caja con su contraseña correspondiente. Pregunta: ¿Debo guardar éste golpe del destino y jugármela?, o ¿seguir siendo una pobre puta insignificante ante la vida que me carcome y seguir trabajando bajo mi escritorio?, ¿Habrán millones de dólares escondidos o habrá dentro de aquel cofre algún arma?, ¿Habrán millones escondidos bajo un arma también escondida?. Interesante por decir lo menos. Pero eligo no tener problemas y dejo el papel entre todos los que están, total ya soy mujer vieja, hecha y derecha para andarme metiéndome en la vida de los demás como para más encima andar fisgoneandome y metiéndome en lo que no me importa. Además me pueden pillar. Ya, lo dejo entre medio de estos otros papeles y me olvido de ésto. Puta estéril, ¿A qué le tienes miedo?, ya, ya, filo, podría estar mucho peor.
Sigo trabajando hasta la una de la tarde. Hora del almuerzo: papas con trutro de pollo, Un asco. Jugo Yupi de naranja y su correspondiente servilleta. Vuelvo y hay una sorpresa: El papel está sobre el teclado del computador. Abro los ojos como una mosca en celo y giro en todos los grados que puedan existir para ver si alguien tuvo la idea de hacerme ésta jugarreta, pero no hay nadie, el más cercano es Pablo y él no lo habría hecho porque tiene la inteligencia de un maní, e incluso el maní es más inteligente que él. No, Pablo no pudo haber sido. Me siento nerviosamente tratando de parecer lo más tranquila posible y casi boto el resto de café que ya está helado para ese entonces. Se que como actriz soy mejor cajera bancaria. Los nervios me comen viva y casi siento que boto el pedazo de pollo por el agujero más inmediato. Tomo la decisión de salir de mi lugar de trabajo, pedir mi día libre que no pido durante la década que trabajo en este basurero para ricos y largarme a la tranquilidad de mi pieza. Con el memo en mano.
Sí, soy una puta transigente, miserable y de la misma calaña que la gata Aravena. Sí, me gustaría tener más dinero que el que obtengo en mi mísero salario de empleada de un banco que nunca sabrá todos mis nombres. Sí, estoy acostada y junto a mi está el memo, como si estuviera compartiendo la cama con un hombre luego de haber fornicado con él. Ahora si me voy presa, y adentro de la cárcel seré violada hasta por las ratas que las poblan. Pero no si me apresuro a ver que mierda hay en esa cajita de la conche su madre de esta perra que casi me partió el pescuezo de tanto trabajo extra-horario que me dio con una sonrisa vil en su rostro. Parto en mi bicicleta (abaratando costos) y casi chocó con dos autos, armo un taco para atravesar una calle imposible y luego pedaleo más fuerte para que una jauría de perros no me coma viva. Llego a Correos de Chile, le pongo cadena a mi destartalada bicicleta y verifico el número del casillero y la clave para poder acceder a él. Entro con la naturalidad de un carnero frente a un matadero y busco hasta encontrar el casillero que me puede hacer famosa para luego hacerme huir hasta las islas Galápagos para vivir mi vejez. Se acerca un guardia directamente hacia mí. Mi desodorante me abandona, intento hacerme la de las chacras. El guardia se moja los labios, yo estoy a punto de irme sin nada, el guardia está a solo unos pasos de mi, yo abro el casillero y me retiro mirando el suelo.
-"señorita"- dice el guardia treintón.
Yo no miro a nadie, o miro el suelo mientras camino con las carnes trémulas.
-"¡señorita!," exclama el guardia y yo ya no puedo hacerme la loca, porque cualquier otra omisión sería algo grave, levanto la miraba y me volteo con la sensualidad que tiene un vomito seco a plena luz del día.
-"señorita, tiene que tener más cuidado con sus pertenencias, su bicicleta es un blanco fácil para los ladrones, aquí hay que tener mucho cuidado... por cierto, ¿Se iba dejando su casillero abierto?".
-ehh. ¡Oh!, pero que descuidada soy, lo siento harto, la verdad, es que ... justamente iba a mover mi bicicleta a otro sitio más seguro, pero mi memoria es tan mala que apenas se lo que comí en el desayuno.
- Tiene que ser mucho más cuidadosa, aquí se han robado muchas bicicletas y han tratado de quitarle las llaves a los usuarios; antes, cuando todavía no usábamos los casilleros con el sistema de cerradura-número, ¿Cómo se llama eso?, tienen un nombre en realidad, bueno, no lo sé.
- Lo tomaré en cuenta, gracias.
"pero mi memoria es tan mala que apenas se lo que comí en el desayuno", cómo se te ocurre decir semejante idiotez, por eso estás como estás, perra inútil, por eso trabajas en un banco de sol a sol, y por eso hasta Pablo ha avanzado más rápido que tú en ese cuchitril de bazofias, ¡Aprende a pensar, lastra!.
Bueno, aquí estoy, revisando algo que no me corresponde y que, sinceramente espero que valga la pena que deje acumulado más trabajo para los próximos días, que valga la pena el choque múltiple que casi provoco, y que valga la pena meterme en el forro en el que me estoy metiendo.

Ok, voy a vomitar.
No son los millones que pensé que estarían escondidos, tampoco hay un arma escondida y menos aún un fondo falso que me lleve indirectamente al botín. La verdad es aún más dura de lo que imaginé. Hay una bolsa de papel. Dentro de ella hay una mano cortada.

1 comentario:

Daniela dijo...

Si no supiera que no veías Alguien te mira, te habría dicho que la novela te dejó medio truma'o y por eso andas escribiendo sobre manos cortadas, como la del periodista que dejó Rudolphy tirada a la orilla de un río.
No es malo el cuento, de hecho es bueno, rápido de leer, interesante, cotidiano y con un final (in)esperado, porque con tanta novela sanguinaria que veo imaginé una cabeza o alguna parte del cuerpo dentro del casillero.
Tú siempre escribes bien, tienes errores ortográficos no más y las historias -por lo general- con llamativas, además que logras adornar las frases de una forma que no es redundante ni tampoco superficial.
Eso sería, básicamente.
Nos estamos viendo, espero que logres descansar como te lo mereces y nos estamos viendo, siameso.