sábado, 17 de noviembre de 2007

Mi aburrido gato de nueve colas.

Mi aburrido gato de nueve vidas, de nueve colas, que está echado sobre las hojas del cuaderno que se abren pero que están vacías, una canción sobre otra. La noche que se cierra sobre mis pupilas y el reflejo de la lámpara que golpea mi rostro. Las manos que esperan mientras están así como casuales, y la espera que se torna típica, obvia, eterna. Los sueños de todo el día y que se alargan en la noche, escuchar sin oir y hacer algo por la vida porque sino la inercia te come vivo, respirar y comer para tumbarte en las sabanas. La gente que pasa mientras tú estás sentado viendo como caminan incesantes, en la banca en la cual te acostumbras a estar. Sol y calor. Todo parece tan colorido y a la vez tan vacuo e infinito como las calles desde donde sale la gente a comprar ropa, a hablar mal de otras personas, a creerse superiores por el sólo hecho de saberse mejores. Ver tele, lavar la ropa y hecharse a reir por un barato programa nocturno, donde de seguro alguna tipa muestra su cuerpo y ríe sin parar. Saberse vivo y estar alegre por ello, porque a lo mejor otro espermatozoide te pudo haber ganado y a lo mejor serías una personas distinta de la que sueles ser: más atrevido, sagaz, indulgente, acertivo, mejor; porque el mundo espera a que tú seas lo que ellos quieren, mientras te bombardean de imágenes subliminales y de telenovelas con personas que no son el promedio de la masa. El mundo te empieza a devorar lentamente, y tú y tu propia persona -disociado- ven el mundo como si fuera un fábrica de zombies, pero la verdad es que donde estás parado tiene un poco de todo, bajo la mirada constante, agresiva y llena de compasión de la gente inmersa en lo que conoces como mundo.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Fragmentos, parte II

Mi madre es un ser implacable si se trata de cortar el pasto con orilladora. En realidad termina cortando casi todo el patio con ésta, y luego remata a las moribundas plantas con la máquina de cortar pasto, esa que sirve sólo si uno le pasa una y otra vez, esa máquina que pesa como cincuenta kilos si uno trata de llevarla desde el patio hasta el jardín,y es esa misma a la cual se le atascan las ruedas cuando uno se manda alguna volada cortando el pasto y de paso las ramas más gruesas. Está claro que mi ser tuvo que recoger pasto y malezas con las manos desnudas, además de pincharme con las malas madres y con las espinas de las rosas que mi padre, vehementemente, cortaba.
No había caído en cuenta de que nuestro patio es un gran cementerio animal, está nuestro perro que nos acompañó en incontables viajes, un poyuelo que encontramos muerto -seguramente por la fauna local-, una de nuestras gatas -que murió de SIDA- y otro pequeño gato que murió -a pesar de nuestros esfuerzos por alimentarlo-porque la madre se negó a darle de su leche. A lo mejor hay otros animales muertos y que hemos enterrado por ahí en el patio, pero claramente con mi memoria fragmentada es bien poco lo que puedo recordar usando mi voluntad, porque otro asunto es que las imágenes, a través de ensoñaciones y sueños lleguen a mi mente como si fuera una especie de radio, al cual le llegan mensajes de otras estaciones. Hace unos días atrás fue Halloween y la gente estrujaba sus billeteras comprando dulces y otras minucias para calmar las ansias consumistas de sus hijos. Hace unos días atrás fue el día de todos los santos y la gente se agolpó en los cementerios para poder hacer acto de presencia frente a la fecha, no frente a su gente.
Una de esas noches salí a acompañar a mi madre a buscar ropa seca, porque ella, al igual que a mi, le aterra la oscuridad y además de eso, le dan miedo los lugares tan abiertos -como el patio- porque cree que se puede esconder alguien (o algo) que esté acechando, cosa nada lejana a lo que yo creo cuando tengo miedo, o al menos esa es la intelectalización que hago a raíz del miedo. Mientras recogía la ropa más alejada de la puerta, había en mi algo de perturbación, claro, podía haber algún sujeto con cuchillo esperando en la oscuridad de la bodega vieja, o podría haber un duende agazapado entre los arbustos, etc.
Pero más que el miedo por esas y otras probabilidades, se notaba que el aire, la noche, estaban enrarecidos, que había algo en esa oscuridad que te decía que no estabas solo, aunque no hubiera otra persona cerca, mientras mi gata saltaba, corría y jugaba de un lado para otro en el patio, bajo nuestra mirada un tanto extrañada. La noche de Halloween no soñé nada extraordinario, y tampoco tuve la sensación de haberme olvidado de algo o de alguien en el sueño, así que todo se vivió con normalidad.
La Nodriza y la Cucha, esos fueron los nombres de mis gatas que he tenido a lo largo de mi vida. Lo sé, "Cucha" no es muy original y "Nodriza" llama a hacer asociación libre, pero el nombre es por una razón muy obvia: Ella no pudo tener hijos porque perdió el único que tuvo debido al frío extremo que hacía en una noche de invierno en el patio de nuestra casa actual, así que se dedicó a cuidar y a darles pecho a gatos que no eran los suyos. Mi perro me mordió una mano una vez, también me baboseó ambas mientras jugaba con él, corriendo de un lado para otro en el patio cuando yo lo perseguía. La Cucha me mordió una mejilla en una tarde que le prohibímos salir a la calle, estándo en celo, y yo, molestoso, me acerqué a ella para lesearla. El día en que le pusímos la inyección a la Nodriza no pude quedarme porque tuve que ir a una clase cero aporte. Creo que ese día fue un lunes, pero no estoy seguro de ello. Mi perro amaneció muerto una mañana en el mismo lugar en el que habitualmente dormía, el gato pequeño murió en mis brazos y ahora todos están juntos en este patio, que al llegar, estaba con el pasto alto, con una bodega que estaba que se caía, y con ropa interior ajena en el suelo, entre caracoles y chanchitos de tierra.
Sí, también guardo recuerdos diametralmente opuestos de mis mascotas, recuerdos que son
sustancialmente distintos a los que tengo de la gente, porque no hay punto de comparación, aunque se diga que la gente es más inteligente, que pueda crear patrones de pensamiento abstractos y otros tecnicismos más, las imágenes que guardo de mis animales, vivos o muertos, se contraponen a muchos de los odiosos humanos que he ido conociendo a lo largo del tiempo: Los animales no tienen necesidad de aparentar, o les gustas o no te pescan, se acercan por motivos explícitos, o te miran desde lejos, si los haces enojar, ellos te lo harán saber, no andan con ambiguedades ni con discursos de media lengua, gustosamente se dejan querer sin tener trabas existencialistas, y son en su mayoría fieles, cosa harto difícil de encontrar en el humano promedio.
La imágen de los chanchitos de tierra vuelve. Recojiéndo el pasto me topé con varios de ellos, unos enrollados, otros rápidos y prestos a esconderse, otros quietos, e incluso otros que parecían confusos, como los fragmentos que tengo de mi patio.