miércoles, 24 de octubre de 2007

Recomendado.

Mala Memoria.
“Es probable que hoy en díael objetivo más importanteno sea descubrir qué somossino rehusarnos a lo que somos.”M. Foucault. El Sujeto y el Poder.

Debajo la cama tengo una caja de zapatos con fotos, anuarios, esquelas y pedazos de las cosas que he vivido. Pero de verdad, esos papeles no convencen a nadie. Las imágenes realmente comprometedoras, que decodifican mi esqueleto, viven sólo en mi mala memoria. Olvido todo lo importante. Y lo que recuerdo siempre es secreto, indecible. Como el día en que el tío-buena-onda tocaba a mi hermana frente a mí y yo no me moví ni reaccioné: escondí la cabeza en la cama del frente y me hice la dormida.
A este error de impresiones sensibles se le suman los flashes recopilados por otros. Retazos que -como collage o antología- arman el rompe-cabezas de mi mundo privado, dejando en duda si en realidad soy yo quién hizo tal o cual escándalo. Siempre tengo la duda de haber dicho algo o inventado otra. Como cuando mi abuela cuenta que -cuando esta floja era una mocosa- no almorzaba con mis compañeritos porque me quedaba llorando y alegando que “la comida tenía pelos”; que tampoco dejaba que ellos se me acercaran, ni tocaran; que me hacían dormir la siesta aislada de mi curso (en la oficina de la directora) porque “todo era muy hediondo”. Supuestamente yo no jugaba con greda, no usaba colafría sino el –en ese entonces- carísimo stickfix, ni me metía dentro de la arena del refalín. Yo sólo comía chocolate con papel y humillaba a Emilio -mi primer vecino y pretendiente- por tener el pelo y la piel oscura. Puntualmente, hacía que me diera su colación, que me empujara en el columpio, que me lustrara los “calpany” con su cotona y una serie de minucias más. Cuando me metía a la piscina lo hacía con el flotador “neumático” de Goodyear y las “alitas”. Mejor prevenir que curar decía el reclame de Bi-alcohol.
Sé que hice echar a más de doce nanas. Escondida detrás de la vitrola de mi abuela, me tomé diez yogurt de frutilla, no “se los había llevado la nana a su casa”. Yo llamaba al fono-horóscopo, no la nana-María. Yo robé un billete de diez mil pesos y enterré tres juegos de llaves en el patio, no la prole de nanas. Es más, ellas nunca me insultaron, pegaron, ni encerraron dentro del baño. Tampoco le habían sacado las cabezas a las barbies, obvio. Mi vida, entonces, giraba entorno a un carrusel de viejas suplantadoras de mamá, viejas que no se sorprendían de que, cuando jugaba con mis vecinos siempre resultara ganadora; y no precisamente por tener buena suerte. Está demás decir que el complejo-tajo-pirata de la cara de mi prima mayor se lo hice yo -con un tarro de Leche Nido; no “la casualidad”. “Pero te queda chori” le dije cuando la vi saliendo del hospital con 6 puntos transversales y muy –hoy por hoy- emo.
Cuando me bañaba en la ducha con mi papá siempre le miraba su cosa. Cuando mi mamá me reprendía por insolente, yo pensaba en su muerte y, antes de que ella perdiera a su tercer hijo, yo rezaba en las noches para que nunca naciera: no quería compartir la pieza ni el amor. En navidad levantaba el teléfono del segundo piso y me hacía pasar por el viejo pascuero con mi hermana. Siempre me gustó el primo de mi papá, por eso me subía en sus piernas y le lanzaba el gato-arañador a su novia. Cuando púber iba a los conciertos de un tío rastafari, ahí me lo tomaba y fumaba todo, no “eran los otros que me dejaban pasado el poleron”. Cuando mis papás se separaron yo sólo pensé en los regalos multiplicados para mis cumpleaños.
Me siento extrañamente feliz en las carnicerías, a pesar de que no aguanto las cirugías televisadas. Para hacer la primera comunión debí confesarme, y como no tenía nada que confesar, mentí sobre mis mentiras y el cura absolvió mis pecados. Los retiros espirituales de mi colegio sólo me sirvieron para llorar la muerte de mi perro, que aún está vivo. Me metí sucesivas veces con un profesor y su anillo de recién-casado. Mis mejores amigos siempre van cambiando, y no es debido a una diferencia de opinión o a una incompatibilidad de caracteres, sino pregúntenle al novio de la que fue mi yunta del colegio. Me alojé varias veces en la casa de una chica que me tocaba mientras dormía. El año nuevo del ‘98 un chascón metalero me desvirgó sin preguntar.
Odio las guaguas. Odio los gatos. Odio los pepinos. Nunca aprendí a hablar-en-serio sin llorar. Mi ‘primer chico’ nunca supo que inauguraba tendencia. Elijo los libros por las tapas. Aún leo mi horóscopo. Canto canciones en inglés que no entiendo. Cuando bebo más de tres vasos de “loquesea” inmediatamente me saco la cresta. Mi rubio no es natural, es russio. Tengo un lunar en el mentón del cual siempre emerge un pelo negro. En las noches me apellido onanista y siempre termino con la boca abierta. Mi mejor amiga aún es virgen. Nunca me han dicho “te amo”. Cuando mis papás estaban juntos contaba las veces en que sonaba el somiére: el promedio era de 50 veces por noche. Mi abuela habla mal de sus hermanas y las hermanas de mi abuela hablan mal de ella. El padre de mis primos perteneció a un grupo nazi y mi familia sólo quiere que (ya) no sea familia.
Soy feliz con unas manos masculinas limpias. Amo que me langueteen las orejas. Mis ex siempre me parecen posibilidad futura: nunca me terminan de gustar. Necesito oler al otro para saber que existe. La felicidad es abrazar al tipo con quien acabas de acabar. No aguanto las personas con aliento a viejo. Cuando amo me escapo y cuando me aman también. Me he enamorado una sola vez. Tres veces he fingido orgasmos. Adrede he dejado ropa en casas ajenas. No me sé mis números de teléfono. Tengo vocación de detective. Antes de dormir tengo que escuchar una canción cebolla; cuando no lo hago tengo pesadillas. Mis pesadillas siempre refieren a que alguien ha muerto y yo corro sin moverme. Mis sueños placenteros siempre son sexuales. Más de alguna vez me he arrepentido de no haberme tirado a ese compañero. Todo-todo hombre que sobrepasa los quince segundos frente a mi ya ha sido imaginado en pelotas.
Disfruto el rencor invertido en palabras. Soy toda consentimiento. Me quiebro con un cariño. No entiendo a las personas que se van sin despedida o aquellas que se inventan fantasmas para vivir. No sé cual es la diferencia entre imaginar y vivir, o recordar y creer. Tampoco sé guardar secretos ajenos. Por su parte, los propios, me cuestan esta mala memoria. Que, mintiendo, no lo es tanto.
Por: Andrea Ocampo.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Lata.

Estoy escribiendo en un ciber a esto de las una y media. El lugar está abarrotado de estudiantes de media con olor a sobaco y de cabritos chicos que juegan playstation. Se me quedaron las llaves de la casa dentro de la casa. Al llegar al pc, estaban esas típicas ventanas porno abiertas de los cibers en que chiquillos de la media suelen meterse. En fin, tengo hambre e imagino un agujero en la guata, así como grande. Ando paseándome con el WISC y ya veo que uno de estos niños que por intentar hacerse el interesante trata de robarmelo, pero supongo que le iría mal, supongo.

Odio que siempre se me olviden las cosas, que se me olvide sacarle fotocopia a la hoja de respuesta del manual, el cual había fotocopiado en la U, odio que se me olvide preguntar algo que era importante, que se me pasen los detalles y que se me queden las llaves en la mesa, olvidadas. Odio que la gente sea tan pero tan impertinente y que no entienda -o no quiera entender- lo que uno le dice.

Mi desayuno consistió en un par de panes con mantequilla junto con jamón de algo (¿De pavo?). Pero al final todo lo bueno del desayuno y del único momento de distensión que poseía durante la mañana se fue al tacho de la basura porque me apuraron para salir y por eso olvidé hechar las famosas llaves, y los lentes además, por lo que me dolió un poco la cabeza y tengo esa típica pesadez mía que me obliga a tomarme el rostro con las dos manos, porque se me cae. Y dios sabe que una de las cosas que me descomponen es que justamente me apuren en MI momento de desayuno.

Me carga ser tan neurótico y tener mala memoria, porque gracias a eso no puedo aprenderme los criterios de suspensión del famoso test y tampoco se -porque se me olvida- desde cual ítem empezar dependiendo de la edad del evaluado. Esto de que se me olviden las cosas hace que por lo general mi humor decaiga hasta el inframundo y quiera correr frente a un vidrio y lanzarme sobre este para reventar en miles de pedazes sangrientos.

El otro día pensaba(mos) que ya estamos entrando en esa típica recta vital de todo estudiante de alguna carrera medianamente seria en que parte de la vida se te consume porque tienes que viajar hacia los colegios (que sólo por casualidad, queden en el extremo opuesto de la ciudad), o porque debes redactar el informe conciso con las palabras precisas y porque es una obligación imperiosa el tener que ir presentable, lo que se entiende algo ligeramente formal (casi con camisa y zapatos) , dejando de lado el libre albedrío de cada uno. Y lata, porque ahora uno se despierta con sueño y se acuesta cansado, la líbido no alcanza ni para sublimar en ponerse de pie o para poder terminar de leer el libro que tienes en el velador hace como un mes, a estas alturas ya lleno de polvo por la falta de cuidados domésticos, propio de estudiantes medios estresados que deben y quieren rendir porque estudiar en una universidad implica plata. Entonces, entre el bullicio de la micro que va a parar al miraflores, entre las respuestas de una niñita que sonríe mientras dibuja a una familia imaginada -y proyectada-, entre la clase de algún profe pink y sus trabajos grupales cero aporte -o nice pick, como prefieras-, te das cuenta de que tú vida y las cosas que a ti te importan se pierden entre lo que tú crees que te gusta. Y lata.

viernes, 5 de octubre de 2007

29.

Ayer soñé con un caballo de dos cabezas y un unicornio.

Ayer me ofrecieron golpes.

Ayer entrevisté sólo a dos personas.

Hoy tengo un chichón en la canilla.

Hoy, cuando venía de vuelta a mi casa, vi en una camioneta que una tipa le hacía un mamón a un tipo, o sea, un "wena naty".

Hoy leí harto.

Mañana me harán un fashion emergency, para parecer más formal y ad-hoc a mi edad.

Mañana seguiré leyendo.

Creo que sí.

Soy enojón, soy melodramático, y me alegro tan rápido como me deprimo.

Pero trabajo en ello.

Creo que no.

Creo que nunca hice la cimarra, nunca fui popular en el colegio, liceo y tampoco espero serlo en la universidad, y a estas alturas tampoco me interesa. Tampoco fui el centro de atención, pero creo ser un buen amigo.

Creo que, recordando, lo más parecido a la cimarra fue haberme ido corriendo después de clases para ver los power rangers, pero eso claramente no es una cimarra.

Tampoco nunca me pegaron en la escuela, por suerte.

Tampoco alguien se sentó conmigo los primeros días de segundo medio -o tercero- y desde antes intuía que una buena amistad es difícil de encontrar y cultivar, a pesar de que entregues mucho de ti.

Hace unos días supe que lo que uno encontraba condenadamente interesante y divertido en una persona, se puede transformar en una apatía que refleja tanta superficialidad como la nata de la leche.

No entiendo -bueno, en realidad sí- como uno puede tener percepciones que cambian tan rápido.

Creo que también muchas veces me niego a cambiar, me niego mi propio progreso y eso es en parte por mis propios miedos, por las experiencias pasadas y porque también soy cómodo.

Pero a diferencia de muchos otros, puedo reconocer en mi que nunca, o casi nunca me doy por vencido, eso es algo y a la vez harto.

Aunque tenga cara de poto.

Pero yo tengo una sola cara.

Aunque no me favorezca mucho.

Pero nadie es perfecto.

Creo.

miércoles, 3 de octubre de 2007

28 (Del).

Del diario de una Anoréxica.

"Ya no quiero que este cuerpo FluCtÚe.
Quiero que lo que se ve en aquel espejo adelgace.
mientras la piel se me seca y los pechos se me hunden.
No quiero que mi abdomen voluminoso se haga patente a la vista.
Mientras boto la bandeja de la comida a una bolsa de plástico,
escondiendo su fétido olor en el armario.
Cuando se hace un agujero en mi estómago,
mientras me acuesto sin fuerzas en el respaldo,
rescatando lo poco que queda de este cuerpo
de esa gordura que me impacta,
que me araña,
que me desagrada,
que me mata,
que me desangra".


Del diario de un Agorafóbico.

"Todo comienza entre personas
que me desagrada que me toquen,
rozándome,
hablándome,
preguntándome,
apretujándome,
mientras comienzo a sudar como un cerdo inmundo,
que está pronto a su descuartizamiento.
Que está prohibido ver el show más allá de mis huesos,
que tiritan y transpiran,
se agitan y gritan
que piden por soledad
mientras alguien te pregunta por tu bienestar,
en medio del conglomerado,
de visitantes
que me alarman,
y que miran
y me observan,
como si algo hubiera dicho o hecho,
mientras

c
a
i
g
o
hacia el suelo."


Del diario de una Bulímica.

"Cabalgo desde el sillón de mi departamento,
hacia un mini-market perverso,
pagando sin sorpresa las ramitas, los queques y las papas fritas,
que se asoman desde el envase
hacia mi centro, mi abdomen vacío,
que propugna sin contemplaciones
lo inerte de la situación,
cuando todo se pierde,
cuando todo se muere,
mientras trago con esfuerzo
todo lo comprado con esmero,
como si con la rapidez
recobrara la lucidez,
de este instante que se va lejos,
mientras me dirijo al baño y cierro la puerta con pestillo,
y me tomo el pelo con un cole negro,
uso dos dedos y los meto adentro,
mientras miro el techo blanco y callado,
quien es testigo de que todo lo tragado ahora sea vomitado,
mientras escurre el ácido que corroe lentamente mis dientes,
mientras todo cae por el water, salpicándome,
con agua y restos varios,
mientras caigo a la baldosa,
que se acostumbra,
a que me bote en el suelo,
como un saco seco,
mientras espero,
poder entender todo esto,
y no abrir la ventana y escalarla,
y gritar a los cuatro vientos que estoy harta.
Mientras me enjuago y limpio todo esto,
como si fuera un crimen que cometí a la brevedad,
pero la verdad,
es que esto es sólo una enfermedad."


Del diario de un Depresivo.

"El mundo es inmenso,
pero yo me siento pequeño,
insignificante, grotesco
ojeroso y rabioso,
mientras los días transcurren
yo me muevo lento y en silencio,
y duermo entre lamentos
que al despertar son gemidos y a veces gritos
cuya pregunta es saber en dónde se escondió la paz
que servía mientras caminaba
y te tocaba
y me tocaba,
y quería
y me querían.
Sentirse abandonado y solo
sin lugar al que pertenecer
mirando el suelo
esperando que se apiade y me trague
para finalmente descansar y poder pensar
con calma
dónde se escondieron las risas y las esperanzas
las dichas y las proezas
mientras las añoranzas las reemplazaban,
junto con las quejas y las espaldas arqueadas,
y las noches en vela
que se ciernen interminables
mientras tratas de entender
qué hiciste para tener que palidecer y finalmente perecer,
secarte como si fueras una hoja seca
mientras el mundo se aleja
mientras la gente vive su vida
y tú vives la tuya
aunque te muestres indolente,
(y en el fondo ausente)."