martes, 21 de octubre de 2008

De animales en la caja torácica.

Miro por la ventana y la noche me parece tan muerta, tan fría. Es como si las partículas estuvieran inanimadas, aunque nadie haya dicho que estuvieran vivas, mucho menos contentas o felices. Supongo que la magia siempre evasiva una vez más se ha ido, aunque pudiera hacerme varios amuletos para las miles de razones que uno como simple mortal pudiera argüir, igualmente no pasaría nada. O quizás todo lo contrario. A esto agrego que escucho una y otra vez tres canciones que tenía hace rato bajo techo, pero que no sacaba a ventilar. Ahora me parecen tan adecuadas. Todo esto no es extraño, al menos para mí. Llega un momento en que finalmente debes agarrar a ese gato negro que se te cruza, y verlo de frente. Es mala suerte si tienes una disposición negativa, porque el animal está únicamente ahí por ti. Hablando de animales, ahora la allegada (que también es negra) tuvo siete, no sé qué haremos con tantos gatos dando vuelta. En realidad sí podremos lidiar con ello, siempre lo hemos hecho. Lo que me preocupan son otras cosas, tanto alejadas como cerca de esto, pero igualmente son cosas que pesan, que agobian y que rasgan la piel, por debajo claro está, porque por fuera uno sigue siendo inaccesible para el resto. De repente veo mis manos y éstas se ven agrietadas, pero pestañeo y todo vuelve a ser como antes. Ahora ya no cuesta dormir, cada cosa está en su habitación, aunque cierre las puertas de la casa en los sueños. Ahora pongo mi mejilla en la almohada y duermo. Aunque ya no sueñe.