domingo, 7 de febrero de 2010

Mantis

Lo que pasa entre las parejas siempre es incierto. Estoy seguro que la otra noche Sofía no alcanzó el orgasmo, aún cuando seguí jugueteando con sus genitales después de haber acabado. Claro que no me dijo nada y sólo fingió un largo desenlace, gimiendo y con la boca entreabierta. A pesar de lo anterior, eso no funcionó conmigo, que la conozco desde la adolescencia. Fue esa confianza ganada con el tiempo lo que me motivó a invitarla a salir, hasta que finalmente pude abrazarla en el cine. Todo fue muy típico en ese entonces y lo sigue siendo hoy en día, sin embargo, inquirí si es que había alguna forma en que pudiera obtener tanto placer de mí como yo lo obtengo de ella, es por eso que la otra noche le pregunté qué le gustaría que le hiciera: una nueva postura, más caricias, menos besos, lo que quisiera. Ella repitió esta última frase lentamente antes de confiar. Me dijo que la mordiera en uno de sus brazos, así que eso fue lo que hice. A pesar de mi esfuerzo por realizar una sensual mordida, lamiendo la zona afectada, pidió que lo hiciera con fuerza, para que así brotara algo de sangre. Lo hice, con reticencia y temor, pero accedí finalmente, sólo para ver que ella comenzaba a chuparse el líquido rojo como si fuera la representación del Uróboros. Así pasó el tiempo, y de repente me vi envuelto en nuevas mordidas, arañazos y gotas de sangre, que poco a poco comenzaron a hacerse más necesarias para alcanzar el placer. Una de aquellas noches le pedí que parara, que se detuviera, que no era necesario, que la dañaba demasiado, que era algo que ya no me excitaba. También se lo pedí porque no alcanzaba a cicatrizar cuando era víctima de sus mordidas. En definitiva le pedí que volviéramos a ser los de antes, pero ella, que había controlado todos mis deseos y actos desde la más temprana edad, no dejó que escapara, y me atrapó completamente, como si fuera una feroz mantis que estaba lentamente comiéndose la cabeza de su compañero sin que éste se diera cuenta que estaba ya muerto.