domingo, 23 de mayo de 2010

Solos.

El otro día hablé con el diablo, aunque pensándolo bien, no me pareció tan demoniaco como dicen que es. Ya sabes, con los cuernos, el tridente, el fuego y el azufre.

Estaba leyendo un libro en el café donde siempre suelo estar cuando de pronto se acercó. Venía completamente mojado por la lluvia, y con esa expresión de aburrimiento y tedio que tan bien sé reconocer. Me pidió permiso para sentarse y luego se quedó callado un rato. A pesar de su silencio, leía cómo su cuerpo necesitaba decir todas las cosas que había guardado desde quizás cuándo, así que le ofrecí un café que gustoso aceptó. Al cabo de un minuto ya estaba hablando como un perico, así que dejé de leer y comencé a escuchar.

Así se pasó la tarde, y bien intuí que este personaje necesita hablar, vaciarse. Gracias a sus relatos recorrí varias ciudades, pueblos, continentes y mares, incluso me contó un par de secretos que obviamente no divulgaré. Pero el punto que quiero recalcar, es que era un tipo verdaderamente interesante, de esos sujetos que nunca terminas de conocer.

Al caer la tarde me preguntó por qué había aceptado hablar con él, cuando la mayoría de las personas se persigna para luego huir.

- Fácil- le respondí. – No soy Cristiano.

Fue ahí cuando sonrió, y me pareció que era el tipo más solitario del mundo.

Desde ese entonces compartimos buenas charlas, hablamos de libros y películas, y de vez en cuando, al estar en soledad le hablo. Total, sé que él siempre me escucha, donde quiera que esté.