sábado, 17 de noviembre de 2007

Mi aburrido gato de nueve colas.

Mi aburrido gato de nueve vidas, de nueve colas, que está echado sobre las hojas del cuaderno que se abren pero que están vacías, una canción sobre otra. La noche que se cierra sobre mis pupilas y el reflejo de la lámpara que golpea mi rostro. Las manos que esperan mientras están así como casuales, y la espera que se torna típica, obvia, eterna. Los sueños de todo el día y que se alargan en la noche, escuchar sin oir y hacer algo por la vida porque sino la inercia te come vivo, respirar y comer para tumbarte en las sabanas. La gente que pasa mientras tú estás sentado viendo como caminan incesantes, en la banca en la cual te acostumbras a estar. Sol y calor. Todo parece tan colorido y a la vez tan vacuo e infinito como las calles desde donde sale la gente a comprar ropa, a hablar mal de otras personas, a creerse superiores por el sólo hecho de saberse mejores. Ver tele, lavar la ropa y hecharse a reir por un barato programa nocturno, donde de seguro alguna tipa muestra su cuerpo y ríe sin parar. Saberse vivo y estar alegre por ello, porque a lo mejor otro espermatozoide te pudo haber ganado y a lo mejor serías una personas distinta de la que sueles ser: más atrevido, sagaz, indulgente, acertivo, mejor; porque el mundo espera a que tú seas lo que ellos quieren, mientras te bombardean de imágenes subliminales y de telenovelas con personas que no son el promedio de la masa. El mundo te empieza a devorar lentamente, y tú y tu propia persona -disociado- ven el mundo como si fuera un fábrica de zombies, pero la verdad es que donde estás parado tiene un poco de todo, bajo la mirada constante, agresiva y llena de compasión de la gente inmersa en lo que conoces como mundo.

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